HACIA LA INTERCONECTIVIDAD A TRAVÉS DE LOS CHIPS
Los chips, ese corazón que palpita dentro de cada dispositivo que ha hecho más fáciles nuestras vidas durante las últimas décadas. Gracias a ellos nos informamos, trabajamos, entrenamos, compramos, nos entretenemos y nos relacionamos entre nosotros. El ejemplo más claro son las redes sociales, donde WhatsApp es la aplicación instantánea más usada en el mundo.
Y eso solo por mencionar algunas de las funciones que cumplen en nuestro día a día, todo ello en unos pocos segundos. Como ya os habréis dado cuenta, los microchips son la clave del Internet de las cosas (IoT). Sobre todo, siendo ya más de 5.000 millones de usuarios en todo el mundo, en un intercambio constante de datos, en su gran mayoría mediante procesos M2M (máquina a máquina sin intervención del ser humano).
Porque el Internet de las cosas es el nuevo presente y su potencial ya abarca casi todos los campos de nuestra rutina. Pero para poder alcanzar tal infinidad de objetos son necesarios varios componentes, entre ellos las redes de comunicación. Aquí es donde entran el 5G y, seguramente dentro de no mucho, la conexión 6G.
Una de sus aplicaciones es el acceso inalámbrico fijo que aprovecha las redes móviles, ofreciendo una gran capacidad de datos a una velocidad de gigabits por segundo. Es decir, podremos navegar prácticamente a tiempo real.
Al aprovechar una zona de espectro electromagnético más amplio que el actual, genera velocidades más rápidas y más ancho de banda, pero también una reducción en el área de cobertura debida al menor alcance de las ondas. Esto será compensado con un despliegue masivo de antenas superficiales inteligentes integradas en el entorno, cuyo desarrollo será de vital importancia para las futuras aplicaciones tanto del 5G como del 6G.